Dicen de él que es como Stalin, un hombre
fuerte que sabe cómo reestablecer el
orden. Acumula más de ocho años
siendo Presidente de Rusia y, si le salen las cuentas, podrá estar en el cargo otros 12 más, hasta el 2024, en una
maniobra personalista digna de un gran estratega político.
Vladimir Putin, que cumplirá 61 años a principios de octubre de este año, era el menor de tres hermanos que fallecieron
a consecuencia de la escasez de recursos existentes en el seno familiar.
Nacido en la majestuosa ciudad de San Petersburgo (por aquel entonces
conocida como Leningrado), fue hijo de
un militar comunista condecorado durante la Segunda Guerra Mundial por
combatir contra los nazis.
Este abstemio
y virtuoso de las artes marciales, que domina
el inglés y alemán, estuvo también casado con una profesora de idiomas con
la que comparte dos hijos.
Egresado
en Derecho por la universidad de su
ciudad natal, aquí conoció a Anatoli Sobchak, quien años más tarde le abriría
las puertas de la política, por aquellos años de juventud militaba en el PCUS.
En
el año 1975 inicia su andadura en el KGB, aquí se mantuvo durante 16 años trabajando como espía,
estuvo destinado en la Alemania Oriental
y alcanzó el empleo de teniente coronel. De esta época poco se conoce ya que su
anonimato y secretismo lo inundan todo.
Tras la Caída del Muro regresa a Leningrado dispuesto a
trabajar incluso como taxista pero su destino era otro y, tras un breve período
como asesor, comienza una breve etapa
como máximo responsable de las
relaciones exteriores y vicealcalde del
ayuntamiento de San Petersburgo en el año 1991, siendo el alcalde su antiguo maestro Sobchak.
Pero San Petersburgo se le quedó pequeño
y decidió dar el salto a Moscú, allí
gracias a su útil habilidad para el espionaje y la contrainteligencia, encontró grandes aliados entre la familia
Yeltsin. Rápidamente es promocionado y en
el 1998 ocupa ya su primer puesto de
relevancia nacional, siendo designado titular
del Servicio Federal de Seguridad,
desde su posición de poder, ayuda a su
antiguo padrino político, Anatoli Sobchak, a huir de las investigaciones por
corrupción que la Fiscalía estaba llevando a cabo, el método empleado fue
un vuelo en plena noche con destino a Finlandia. Tal gesto de lealtad con su
mentor supuso a ojos de Boris Yeltsin la actitud necesaria para aupar a Putin a
los puestos más elevados de responsabilidad política.
Yeltsin
lo señala como su sucesor y en
agosto de 1999 es nombrado primer ministro interino del gobierno ruso. Cabe destacar su vertiginoso ascenso a lo más
alto del poder sin ni siquiera haber pasado por un puesto de elección
popular, y en sólo cuatro años de
residencia en Moscú. Al año siguiente ganaría las elecciones por el partido
Rusia Unida. Debutó en el cargo con
la orden de aplastar la rebelión chechena,
en esa etapa se le conoce como el “Bruce
Willis ruso”. Tras esto, promulgó un decreto estableciendo que los 89 sujetos federales de Rusia
pasaban a estar distribuidos bajo la jurisdicción de siete distritos federales supervisados por representantes designados
por él mismo, más tarde, también obtuvo la potestad de poder despedir a los
jefes de los sujetos federales.
En
el 2004 sería reelegido por una
abultada mayoría debido a su popularidad, en un país con más de 150 millones de
habitantes con un viejo y arraigado sentimiento nacionalista, Putin es visto como el líder que les
devolverá la gloria que como pueblo les pertenece.
Putin siguió ejerciendo el poder en la
sombra, como Primer Ministro, durante
la presidencia de su protegido Dimitri Medvedev desde 2008 al 2012 y ha vuelto
a ser elegido presidente por tercera vez en el 2012 con opción a un cuarto
mandato, estos últimos mandatos son ya
de seis años cada uno.
En el plano internacional la diplomacia rusa acaba de colgarse un
tanto al haber puesto freno al intento
de un ataque militar contra Siria por parte del presidente Obama, por lo que ha hecho de Rusia el gran árbitro
de la situación y, al mismo tiempo, puede jactarse de haber protegido a su
aliado sirio.
No se puede obviar el olfato de este “animal político” y su innegable talento
para heredar de Boris Yeltsin un país convulso
y en plena transición hacia la democracia y presentar un balance con altos índices de crecimiento económico y
la importante disminución de la pobreza.
Sus detractores le achacan el utilizar selectivamente la justicia
para ir contra las personas que el Kremlin considera enemigos, controlar los medios de comunicación, atropellar sistemáticamente los derechos
humanos y gobernar con mano de hierro, encarcelando y desterrando a los
oligarcas rusos contrarios a sus políticas.
Si bien es cierto que una gran mayoría de la población rusa lo ve
con buenos ojos, sin importar que suerte corran las minorías étnicas con
tendencias violentas, las mafias del crimen organizado o los oligarcas a los
que ven responsables de la burla al imperio de la ley y beneficiarios durante
años del salto a una economía de mercado.
Gracias a su mayoría en la Duma, el partido de Putin recientemente ha aprobado una polémica ley que endurece
las condiciones para celebrar mítines en toda Rusia. No en vano, se define
el gobierno de la Rusia de Putin como una “democracia dirigida”, entendida como
un sistema en el cual los problemas que puedan resolverse de forma democrática
se resuelven por esa vía, pero aquellos problemas que no pueden resolverse
democráticamente se resuelven por otros métodos.
Ha dicho Putin: “Los manuales deben contener hechos que desarrollen en los jóvenes el orgullo
por su historia y su país y han hecho demasiado hincapié en los aspectos negativos
del viejo sistema. Éstos son tiempos de consolidación y las tareas son
otras". Una comisión especial se encarga hoy de revisar los manuales en
Rusia.
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